Los pollos

Casi nadie podía comprender a Nasrudín, pues unas veces convertía derrotas en victorias y otra veces las cosas parecían frustrarse a causa de su torpeza. Pero se murmuraba que vivía en un plano diferente al de los demás. Así un día un joven decidió observarlo y averiguar de qué modo se las arreglaba para sobrevivir y si había algo que pudiera aprender de él.

Siguió a Nasrudín hasta la orilla de un río y lo vio sentarse bajo un árbol. De pronto el Mulá extendió su mano y sobre ella apareció un papel que se comió. Esto lo repitió 3 veces. Después extendió su mano una vez más y apareció una copa de la cual bebió un buen trago.

El joven, sin poder contenerse, corrió hasta Nasrudín y lo sacudió:

-Dígame cómo hace estas cosas maravillosas y haré lo que usted me pida.

-Está bien, pero antes debes alcanzar el estado mental adecuado. Entonces verás que el tiempo y el espacio nada significan y podrás lograr que el chambelán del sultán te dé postres. Hay una sola condición.

-La acepto.

-Deberás seguir mi senda.

-Hábleme de ella.

-Sólo puedo decirte una cosa por vez. ¿Quieres el ejercicio fácil o el difícil’.

-Tomaré el difícil.

-Este es tu primer error. Debes comenzar con el fácil. Pero ahora ya has elegido. El difícil es este: Haz en tu cerca un agujero lo bastante grande como para que tus pollos puedan pasar a comer al jardín de tu vecino. Pero también deberá ser aproximadamente pequeño como para que los pollos de tu vecino no puedan entrar a alimentarse en el tuyo.

El joven nunca logró desentrañar esta condición y por lo tanto, nunca pudo convertirse en discípulo de Nasrudín. Pero cuando narraba a las personas las cosas que el Mulá podía hacer, los oyentes pensaban que él estaba loco.

-Este es un buen comienzo (dijo Nasrudín); algún día encontrarás un maestro.

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