El oro, la túnica y el caballo

-No puedo conseguir trabajo (dijo el Maestro), porque ya estoy al servicio del altísimo.

En ese caso (respondió su esposa), exígele tu salario, porque todo empleador debe pagar

-Tiene razón, y luego en voz alta agregó: No me han pagado simplemente porque nunca lo solicité.

-Entonces, será mejor que vayas a pedirlo.

El Mulá fue al jardín, se arrodilló y gritó:

-Oh, Ala, envíame 100 piezas de oro, pues la paga atrasada de todos mis servicios alcanzan al menos eso.

Su vecino, que era un prestamista, pensó en hacerle una broma.

Tomando una bolsa, que contenía 100 piezas de oro, se la arrojó desde la ventana.

Nasrudín se puso de pie con dignidad y llevó el dinero a su esposa.

-Soy uno entre los santos (le dijo el Mulá); he aquí lo que se me debía.

Esto impresionó vivamente a su mujer.

Poco tiempo después, al ver la incesante remesa de alimentos, ropa y muebles que llegaban a la casa del Mulá, el vecino entró en sospechas y fue a recuperar su dinero.

-Usted me oyó pedirlo y ahora pretende que es suyo (dijo Nasrudín). Nunca lo tendrá.

El vecino aseveró que llevaría a Nasrudín a la corte de juicios sumarios.

-No puedo ir así (protestó Nasrudín),no tengo ropa adecuada, ni tampoco caballo. Si nos presentamos juntos ante el juez, éste se inclinará a su favor por causa de mi pobre apariencia.

El vecino se quitó su túnica y se la dio al Mulá; luego lo montó en su propio caballo y fueron ante el cadí.

-¿cuál es su defensa?, (le preguntó el magistrado a Nasrudín9.

-Que mi vecino está loco.

-¿Qué evidencia tiene?.

-¿Cuál mejor que la que surge de sus propios labios? Piensa que todo le pertenece. Si usted le pregunta por el caballo que monto o por la túnica que uso 8 sin mencionar el oro), seguro que los reclamará.

-¡Pero sí, son míos!, rugió el vecino.

-Caso cerrado.

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