El maestro espiritual

Un anciano sabio había llegado al pueblo proveniente de más allá de Ashsharq, un lejano territorio de Oriente. Sus exposiciones filosóficas eras tan abstrusas y, sin embargo, tan fascinantes que los parroquianos de la casa de té llegaron a pensar que quizá podría revelarles los misterios de la vida.

Nasrudín lo escuchó durante un rato:

-Sabrá usted (le dijo), que he tenido experiencias parecidas a las que usted vivió durante sus viajes. Yo también he sido un maestro errante.

-Cuénteme algo de eso, si es imprescindible, (le dijo el anciano algo molesto por la interrupción).

-¡Oh, sí debo hacerlo! Por ejemplo, en un viaje que hice por el Kurdistán era bienvenido por doquiera que fuese. Me hospedaba en un monasterio tras otro, donde los derviches escuchaban atentamente mis palabras. Me daban gratuitamente alojamiento en las posadas y comida en las casas de té. En todas partes la gente al verme quedaba impresionada.

El anciano monje empezaba a impacientarse ante toda esta propaganda personal:

-¿Nadie se opuso en ningún momento a algo de lo que usted decía?, (preguntó agresivamente).

-Oh, sí (dijo Nasrudín ), una vez en un pueblo fui golpeado, introducido en un cepo y finalmente expulsado del lugar.

-¿Cuál fue el motivo?

-Bueno, verá usted, ocurrió que en esa ciudad la gente comprendía turco, el idioma con que yo impartía mis enseñanzas.

-¿Y qué sucedía con aquella gente que lo recibía tan bien?

-Ah, ésos eran kurdos; tienen su propio idioma. Estaba a salvo mientras estuviera con ellos.

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