Donde yo me siento

En una reunión de teólogos Nasrudín estaba sentado al final del salón, en el extremo más alejado del lugar del lugar de honor. Comenzó a relatar cuentos y pronto la gente se aglomeró a su alrededor, escuchando y riendo. Nadie hacía caso del anciano que estaba pronunciando un docto discurso. Cuando ya no podía oírse ni a sí mismo, el presidente de la asamblea rugió:

-¡Tienen que guardar silencio! Nadie puede hablar, a menos que esté sentado donde se sienta el jefe.

-No sé cómo lo verá usted (dijo Nasrudín), pero allí donde yo esté sentado es donde se sienta el jefe.

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